Todos conocemos a los Bartlebys, son esos seres en los que habita una profunda negación del mundo. Toman su nombre del escribiente Bartleby, ese oficinista de un relato de Herman Melville (…) que jamás ha ido a ninguna parte (…) que nunca ha dicho quién es, ni de dónde viene (…) y que si se le pregunta dónde nació o se le encarga un trabajo o se le pide que cuente algo sobre él, responde siempre diciendo: ―Preferiría no hacerlo
Enrique Vila-Matas
Enrique Vila-Matas
Así como Vila-Matas decidió juntar en un trabajo a aquellas personas que decidieron tener alguna clase de negación y que denominó escritores del NO, yo busqué y rastreé en los anales de nuestro fútbol, aquellos futbolistas que desde siempre o desde un día para otro, decidieron no marcar más goles en sus carreras y los denominé futbolistas del NO. Aquellos jugadores que no abandonaron su actividad de futbolistas, pero sí ante su irrefrenable deseo de impedir la fatalidad que el destino les hubo marcado, suprimieron la posibilidad concreta de llegar a la apoteosis que cualquier jugada persigue en un partido de fútbol y que consiste en marcar el gol.
Atilio Sandella fue uno de entre tan pocos que se ubicó del lado de la negativa hacia el gol. Supo soportar todo tipo de críticas y ofensas por su carácter de jugador sin arco. Pero su carrera lo mostró como un futbolista que integró planteles gloriosos de la historia de cada club que formó parte, y, además, como un hombre de bien que supo mantener ante la adversidad sus ideas intactas, confiado en que podía equivocarse, pero que si lo hacía, era con la convicción necesaria de que obraba con sincera integridad.
Atilio Sandella fue uno de entre tan pocos que se ubicó del lado de la negativa hacia el gol. Supo soportar todo tipo de críticas y ofensas por su carácter de jugador sin arco. Pero su carrera lo mostró como un futbolista que integró planteles gloriosos de la historia de cada club que formó parte, y, además, como un hombre de bien que supo mantener ante la adversidad sus ideas intactas, confiado en que podía equivocarse, pero que si lo hacía, era con la convicción necesaria de que obraba con sincera integridad.