Todos conocemos a los Bartlebys, son esos seres en los que habita una profunda negación del mundo. Toman su nombre del escribiente Bartleby, ese oficinista de un relato de Herman Melville (…) que jamás ha ido a ninguna parte (…) que nunca ha dicho quién es, ni de dónde viene (…) y que si se le pregunta dónde nació o se le encarga un trabajo o se le pide que cuente algo sobre él, responde siempre diciendo: ―Preferiría no hacerlo
Enrique Vila-Matas
Enrique Vila-Matas
Así como Vila-Matas decidió juntar en un trabajo a aquellas personas que decidieron tener alguna clase de negación y que denominó escritores del NO, yo busqué y rastreé en los anales de nuestro fútbol, aquellos futbolistas que desde siempre o desde un día para otro, decidieron no marcar más goles en sus carreras y los denominé futbolistas del NO. Aquellos jugadores que no abandonaron su actividad de futbolistas, pero sí ante su irrefrenable deseo de impedir la fatalidad que el destino les hubo marcado, suprimieron la posibilidad concreta de llegar a la apoteosis que cualquier jugada persigue en un partido de fútbol y que consiste en marcar el gol.
Atilio Sandella fue uno de entre tan pocos que se ubicó del lado de la negativa hacia el gol. Supo soportar todo tipo de críticas y ofensas por su carácter de jugador sin arco. Pero su carrera lo mostró como un futbolista que integró planteles gloriosos de la historia de cada club que formó parte, y, además, como un hombre de bien que supo mantener ante la adversidad sus ideas intactas, confiado en que podía equivocarse, pero que si lo hacía, era con la convicción necesaria de que obraba con sincera integridad.
Sandella jugó en Ferro en el año 1937 e integró el equipo que apodaron “Los Mosqueteros”. Formó parte de los cinco "mosqueteros", juveniles que ascendieron desde las divisiones inferiores desde 1934 y llegaron a ser estrellas en la primera división.
El escritor y pianista uruguayo, Felisberto Hernández, no acababa sus narraciones, y como dice Vila-Matas, lo hacía como indicando que en esta vida falta algo. Sandella también evitaba poner él mismo fin a las jugadas que se construían con ingenio y perspicacia. Soslayaba la culminación de poner punto final, o mejor dicho, punto seguido con la concreción del gol. Si hubiese sido por él, hubiera hecho de cada partido una sola jugada, como la película El arca rusa, sin cortes, sin montaje, de continuo.
Sandella jugó 127 partidos en Ferro y no convirtió ningún gol. Después pasó a San Lorenzo y no movió el número estadístico de conversiones en un total de 34 partidos disputados. Más tarde llegó a San Martin de Tucumán, jugó 45 partidos y tampoco convirtió gol alguno. Sandella se retiró en Defensores de Belgrano después de disputar siete partidos y no haber convertido en ninguna ocasión.
Vila-Matas en su texto habla de escritores del silencio por su negativa a la escritura. Yo hablo de futbolistas del silencio porque no pusieron en las gargantas ajenas el grito de gol. Si hubiese sido por ellos sólo hubieran disputado partidos que culminasen cero a cero. Tal como fue criticado el fútbol colombiano en alguna época, y que sus detractores llegaron a declarar que vivían del toquecito intrascendente, y que además jugaban sin arcos. Sandella se hubiese reído de esta frase y hubiese respondido: “Qué triste debe ser ver correr a futbolistas que buscan el gol como meta. Tal vez, serían mejores espectadores de los cien metros con vallas”.
El cordobés Néstor Tocco, fue un rebelde del gol. Gran wing de Belgrano de los años sesenta, que se hizo famoso por sus desbordes incontenibles, pero que también al igual que Sandella, jamás marcó un gol en su fugaz carrera como futbolista profesional.
Tocco supo desde niño que el gol era para aquellos que buscaban interesados el valor en todo lo que conocían. Decía que esta clase de personas podían llegar tarde a un partido, y lo primero que iban a preguntar a un desconocido parado en la tribuna era “¿Cómo van?”. Los mismos que cuando te veían un sobretodo nuevo, lo primero que te preguntaban era “¿Cuánto te costó?” Para Tocco el gol estaba emparentado con el capitalismo liso y llano, y creía que la ambición de gol lo volvía al hombre un ser avaro y sumamente despreciable.
Vila-Matas se pregunta a través de las palabras de Albert Camus qué es un hombre rebelde y responde: “un hombre que dice NO”. Tocco dijo NO y lo sostuvo con la misma rebeldía que por ejemplo supo albergar el gaucho Aballay (personaje de Di Benedetto), que ante la recepción atónita acerca de la existencia de los ascetas, decidió emularlos y continuar su vida subido a un caballo, que sólo abandonó cuando bajó para batirse a duelo con el asesino de su padre, que también supo ser el ejecutor que puso punto final a su existencia.
Tocco mantuvo intacta su decisión y como sobre un caballo incansable mantuvo su carrera sobre el camino que siempre quiso recorrer. Después de retirado intentó continuar ligado el fútbol como director técnico, pero comprendió que sus ideales chocaban con las necesidades que cualquier técnico precisa para no ser echado a patadas.
El caso de Rubén Subiría es diferente. Subiría marcó nueve goles en el comienzo de su carrera en Racing durante los años cincuenta, pero de un día para otro decidió alejarse de las redes para siempre. Raimundo creía fervientemente en el poder de creación del ser humano. Eterno devoto de aquella idea que dice que un hombre es más rico cuanto mayor desarrollo tiene su imaginación. Subiría sentenció que el gol era el fin de un agraciado proceso que podía lograr la mente humana. Crear jugadas, imaginar posibilidades diferentes de pases, fintas colmadas de engaños e invenciones, llevaban al hombre a un crecimiento en la cancha y en la vida, que la búsqueda obligatoria del gol como fin impedía desarrollar. El gol se ornamentaba y mejoraba si se lo pensaba como medio, como puente transitorio de jugadas que merecían un nuevo comienzo o un volver a empezar.
Subiría tuvo una carrera corta, pero figura en las estadísticas del fútbol argentino con los nueves tantos marcados en sus inicios. Supo que con su decisión vivió acorralado por los críticos de turno y puede que nunca haya imaginado que iba a formar parte de un texto en el que se lo viera perteneciente a un grupo de futbolistas, que llevaron a cabo una tarea monumental y épica.
Borges escribió que Bartleby definió un género que después reinventó y profundizó Kafka, que es el de las fantasías de la conducta y del sentimiento. Y este homenaje es, no sólo para estos tres Bartlebys, insurgentes del gol, negadores que marcaron una ruptura en el fútbol argentino. Sino también para aquellos que son capaces de imaginar una conducta que aún no se ha realizado y que puede llegar a darse en el hombre, ese hombre que nunca se sabe cómo es capaz de reaccionar ante las vicisitudes de la vida.
Hubo quienes tuvieron el coraje o el arrojo y se animaron a afirmar que algunos de estos futbolistas del NO, fueron escuchados gritando goles en sueños, pero nunca podremos fiarnos de tales habladurías. De lo que sí podemos estar seguros es que nunca convirtieron aquellos goles ante la mirada incrédula de otros. Sandella, Tocco y Subiría supieron decir que NO y no claudicaron en su negación, y aunque corrieron el riesgo de caer en el eterno olvido, nunca callaron su voz para defender sus ideales.
La cantidad de tres futbolistas del NO fue todo los que pude encontrar, y si alguien conoce de otros, que se apiade e intente contribuir a mi causa, porque si no se amplía esta lista breve, quedarán sólo ellos y all the rest is silence.
Atilio Sandella fue uno de entre tan pocos que se ubicó del lado de la negativa hacia el gol. Supo soportar todo tipo de críticas y ofensas por su carácter de jugador sin arco. Pero su carrera lo mostró como un futbolista que integró planteles gloriosos de la historia de cada club que formó parte, y, además, como un hombre de bien que supo mantener ante la adversidad sus ideas intactas, confiado en que podía equivocarse, pero que si lo hacía, era con la convicción necesaria de que obraba con sincera integridad.
Sandella jugó en Ferro en el año 1937 e integró el equipo que apodaron “Los Mosqueteros”. Formó parte de los cinco "mosqueteros", juveniles que ascendieron desde las divisiones inferiores desde 1934 y llegaron a ser estrellas en la primera división.
El escritor y pianista uruguayo, Felisberto Hernández, no acababa sus narraciones, y como dice Vila-Matas, lo hacía como indicando que en esta vida falta algo. Sandella también evitaba poner él mismo fin a las jugadas que se construían con ingenio y perspicacia. Soslayaba la culminación de poner punto final, o mejor dicho, punto seguido con la concreción del gol. Si hubiese sido por él, hubiera hecho de cada partido una sola jugada, como la película El arca rusa, sin cortes, sin montaje, de continuo.
Sandella jugó 127 partidos en Ferro y no convirtió ningún gol. Después pasó a San Lorenzo y no movió el número estadístico de conversiones en un total de 34 partidos disputados. Más tarde llegó a San Martin de Tucumán, jugó 45 partidos y tampoco convirtió gol alguno. Sandella se retiró en Defensores de Belgrano después de disputar siete partidos y no haber convertido en ninguna ocasión.
Vila-Matas en su texto habla de escritores del silencio por su negativa a la escritura. Yo hablo de futbolistas del silencio porque no pusieron en las gargantas ajenas el grito de gol. Si hubiese sido por ellos sólo hubieran disputado partidos que culminasen cero a cero. Tal como fue criticado el fútbol colombiano en alguna época, y que sus detractores llegaron a declarar que vivían del toquecito intrascendente, y que además jugaban sin arcos. Sandella se hubiese reído de esta frase y hubiese respondido: “Qué triste debe ser ver correr a futbolistas que buscan el gol como meta. Tal vez, serían mejores espectadores de los cien metros con vallas”.
El cordobés Néstor Tocco, fue un rebelde del gol. Gran wing de Belgrano de los años sesenta, que se hizo famoso por sus desbordes incontenibles, pero que también al igual que Sandella, jamás marcó un gol en su fugaz carrera como futbolista profesional.
Tocco supo desde niño que el gol era para aquellos que buscaban interesados el valor en todo lo que conocían. Decía que esta clase de personas podían llegar tarde a un partido, y lo primero que iban a preguntar a un desconocido parado en la tribuna era “¿Cómo van?”. Los mismos que cuando te veían un sobretodo nuevo, lo primero que te preguntaban era “¿Cuánto te costó?” Para Tocco el gol estaba emparentado con el capitalismo liso y llano, y creía que la ambición de gol lo volvía al hombre un ser avaro y sumamente despreciable.
Vila-Matas se pregunta a través de las palabras de Albert Camus qué es un hombre rebelde y responde: “un hombre que dice NO”. Tocco dijo NO y lo sostuvo con la misma rebeldía que por ejemplo supo albergar el gaucho Aballay (personaje de Di Benedetto), que ante la recepción atónita acerca de la existencia de los ascetas, decidió emularlos y continuar su vida subido a un caballo, que sólo abandonó cuando bajó para batirse a duelo con el asesino de su padre, que también supo ser el ejecutor que puso punto final a su existencia.
Tocco mantuvo intacta su decisión y como sobre un caballo incansable mantuvo su carrera sobre el camino que siempre quiso recorrer. Después de retirado intentó continuar ligado el fútbol como director técnico, pero comprendió que sus ideales chocaban con las necesidades que cualquier técnico precisa para no ser echado a patadas.
El caso de Rubén Subiría es diferente. Subiría marcó nueve goles en el comienzo de su carrera en Racing durante los años cincuenta, pero de un día para otro decidió alejarse de las redes para siempre. Raimundo creía fervientemente en el poder de creación del ser humano. Eterno devoto de aquella idea que dice que un hombre es más rico cuanto mayor desarrollo tiene su imaginación. Subiría sentenció que el gol era el fin de un agraciado proceso que podía lograr la mente humana. Crear jugadas, imaginar posibilidades diferentes de pases, fintas colmadas de engaños e invenciones, llevaban al hombre a un crecimiento en la cancha y en la vida, que la búsqueda obligatoria del gol como fin impedía desarrollar. El gol se ornamentaba y mejoraba si se lo pensaba como medio, como puente transitorio de jugadas que merecían un nuevo comienzo o un volver a empezar.
Subiría tuvo una carrera corta, pero figura en las estadísticas del fútbol argentino con los nueves tantos marcados en sus inicios. Supo que con su decisión vivió acorralado por los críticos de turno y puede que nunca haya imaginado que iba a formar parte de un texto en el que se lo viera perteneciente a un grupo de futbolistas, que llevaron a cabo una tarea monumental y épica.
Borges escribió que Bartleby definió un género que después reinventó y profundizó Kafka, que es el de las fantasías de la conducta y del sentimiento. Y este homenaje es, no sólo para estos tres Bartlebys, insurgentes del gol, negadores que marcaron una ruptura en el fútbol argentino. Sino también para aquellos que son capaces de imaginar una conducta que aún no se ha realizado y que puede llegar a darse en el hombre, ese hombre que nunca se sabe cómo es capaz de reaccionar ante las vicisitudes de la vida.
Hubo quienes tuvieron el coraje o el arrojo y se animaron a afirmar que algunos de estos futbolistas del NO, fueron escuchados gritando goles en sueños, pero nunca podremos fiarnos de tales habladurías. De lo que sí podemos estar seguros es que nunca convirtieron aquellos goles ante la mirada incrédula de otros. Sandella, Tocco y Subiría supieron decir que NO y no claudicaron en su negación, y aunque corrieron el riesgo de caer en el eterno olvido, nunca callaron su voz para defender sus ideales.
La cantidad de tres futbolistas del NO fue todo los que pude encontrar, y si alguien conoce de otros, que se apiade e intente contribuir a mi causa, porque si no se amplía esta lista breve, quedarán sólo ellos y all the rest is silence.
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