Alguien
le dijo alguna vez a Sartori, que el fútbol era cosa de hombres, pero la verdad
fue que hizo oídos sordos, como a tantos consejos que le dieron durante su vida.
En su casa le dijeron también algo parecido, pero lo hicieron con mayor delicadeza:
con preámbulos y eufemismos, con dilaciones y cambios bruscos de temas; pero lo
hicieron al fin. Sartori lloró aquella noche, como pocas veces lo había hecho
desde el accidente de su hermano, pero pensó que si algo sumamente doloroso como la
muerte de alguien tan amado no había hecho mella tan profunda como para
quebrarse definitivamente, cómo lo iba a hacer una opinión de terceros sobre
una actividad como era la práctica deportiva.