Alguien
le dijo alguna vez a Sartori, que el fútbol era cosa de hombres, pero la verdad
fue que hizo oídos sordos, como a tantos consejos que le dieron durante su vida.
En su casa le dijeron también algo parecido, pero lo hicieron con mayor delicadeza:
con preámbulos y eufemismos, con dilaciones y cambios bruscos de temas; pero lo
hicieron al fin. Sartori lloró aquella noche, como pocas veces lo había hecho
desde el accidente de su hermano, pero pensó que si algo sumamente doloroso como la
muerte de alguien tan amado no había hecho mella tan profunda como para
quebrarse definitivamente, cómo lo iba a hacer una opinión de terceros sobre
una actividad como era la práctica deportiva. Así que buscó club y comenzó a
jugar fútbol. Para mejor, tuvo la suerte por esos días de enamorarse, cuestión
en la que nunca había incursionado. ¿Quién lo iba a decir? Era verdaderamente
feliz por primera vez en su vida. Pero como siempre sucede en las historias
tristes de Kuyamala, todo momento de gracia como ya sabemos, tiene un final, y
Sartori tuvo una complicación determinante, que fue quedar embarazada a los
tres meses de haber comenzado a jugar. Sus compañeras intentaron levantarle el
ánimo de varias maneras y sólo una logró convencerla de que no era el final de
su carrera. Rumia, la arquera, le dijo: "Sartori, no te hagas demasiado
problemas, ya que cualquier jugadora cuando se rompe los ligamentos cruzados se
pierde entre seis y nueve meses en la recuperación." Entonces, preguntó
Sartori: "¿mi maternidad sería para mi carrera de futbolista como una intervención
de ligamentos cruzados?" "Claro que si", le respondió su
compañera, "podrías tomarte el tiempo de embarazo y el posparto, como si
fuera el tiempo necesario de descanso y recuperación que se necesita por una
lesión de rodilla. La única diferencia", le aclaró, "es que en la
operación de rodilla no agrandás la familia y en el parto sucede todo lo
contrario". Sartori le hizo caso, pero cuando nació Irene, se olvidó del fútbol, de los ligamentos
de rodilla y de todo. Y una mañana pensó: “tal vez, al fin de cuentas, todos
tenían razón en lo que me aconsejaban. Evidentemente trataban de decirme que la
naturaleza de la mujer es injusta y perversa con aquellas quienes intentan rectificarla”.
Y volvió a llorar, de igual manera o peor, como cuando lo hizo aquella noche en
la que le dijeron que el fútbol era sólo cuestión de hombres, pero esta vez el
dolor era distinto, más profundo, más intenso, como esos dolores que quedan albergados
en uno para siempre, latentes y secretamente guardados.
1 comentarios:
Muy buenos cuentos. Las historias son muy creativas...
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