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"Todo cuanto sé con mayor certeza sobre la moral y las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol".

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El secreto

domingo, 18 de septiembre de 2011


Alguien le dijo alguna vez a Sartori, que el fútbol era cosa de hombres, pero la verdad fue que hizo oídos sordos, como a tantos consejos que le dieron durante su vida. En su casa le dijeron también algo parecido, pero lo hicieron con mayor delicadeza: con preámbulos y eufemismos, con dilaciones y cambios bruscos de temas; pero lo hicieron al fin. Sartori lloró aquella noche, como pocas veces lo había hecho desde el accidente de su hermano, pero pensó que si algo sumamente doloroso como la muerte de alguien tan amado no había hecho mella tan profunda como para quebrarse definitivamente, cómo lo iba a hacer una opinión de terceros sobre una actividad como era la práctica deportiva. Así que buscó club y comenzó a jugar fútbol. Para mejor, tuvo la suerte por esos días de enamorarse, cuestión en la que nunca había incursionado. ¿Quién lo iba a decir? Era verdaderamente feliz por primera vez en su vida. Pero como siempre sucede en las historias tristes de Kuyamala, todo momento de gracia como ya sabemos, tiene un final, y Sartori tuvo una complicación determinante, que fue quedar embarazada a los tres meses de haber comenzado a jugar. Sus compañeras intentaron levantarle el ánimo de varias maneras y sólo una logró convencerla de que no era el final de su carrera. Rumia, la arquera, le dijo: "Sartori, no te hagas demasiado problemas, ya que cualquier jugadora cuando se rompe los ligamentos cruzados se pierde entre seis y nueve meses en la recuperación." Entonces, preguntó Sartori: "¿mi maternidad sería para mi carrera de futbolista como una intervención de ligamentos cruzados?" "Claro que si", le respondió su compañera, "podrías tomarte el tiempo de embarazo y el posparto, como si fuera el tiempo necesario de descanso y recuperación que se necesita por una lesión de rodilla. La única diferencia", le aclaró, "es que en la operación de rodilla no agrandás la familia y en el parto sucede todo lo contrario". Sartori le hizo caso, pero cuando nació Irene, se olvidó del fútbol, de los ligamentos de rodilla y de todo. Y una mañana pensó: “tal vez, al fin de cuentas, todos tenían razón en lo que me aconsejaban. Evidentemente trataban de decirme que la naturaleza de la mujer es injusta y perversa con aquellas quienes intentan rectificarla”. Y volvió a llorar, de igual manera o peor, como cuando lo hizo aquella noche en la que le dijeron que el fútbol era sólo cuestión de hombres, pero esta vez el dolor era distinto, más profundo, más intenso, como esos dolores que quedan albergados en uno para siempre, latentes y secretamente guardados.

Publicado por Gastón Pereyra a las 17:52    

Etiquetas: Escritos

1 comentarios:

Vila dijo...

Muy buenos cuentos. Las historias son muy creativas...

31 de octubre de 2011, 14:31  

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