Cómo
se le podría haber hecho entender a Carrasco que había dejado de ser. No era
nadie, y al igual que le sucede a las personas que dejan su lugar y continúan
su vida en otro espacio lejano, remoto y desconocido, dejan de ser; por lo
menos por un momento que puede llegar a durar largas horas, o quizá días, en
los que en un principio se apodera de ellas un desconcierto identitario
absoluto, producto de un proceso que culmina con el ser otro, diferente, otro
cualquiera, irreconocible hasta para uno mismo, enajenado.