Cómo
se le podría haber hecho entender a Carrasco que había dejado de ser. No era
nadie, y al igual que le sucede a las personas que dejan su lugar y continúan
su vida en otro espacio lejano, remoto y desconocido, dejan de ser; por lo
menos por un momento que puede llegar a durar largas horas, o quizá días, en
los que en un principio se apodera de ellas un desconcierto identitario
absoluto, producto de un proceso que culmina con el ser otro, diferente, otro
cualquiera, irreconocible hasta para uno mismo, enajenado.
En
esa nueva situación, al principio, uno es desconocido para los demás y apenas
si se relaciona con otras personas, resultado por ejemplo en el caso particular
de Carrasco, del aislamiento y la distancia que la falta de comunicación suele
otorgar, al no hablar el idioma del lugar al que uno llega. Y pobre Carrasco,
que apenas movía su cabecita de arriba abajo, aún, cuando si hubiera entendido
lo que le decían, no hubiese podido rechazar algunos pedidos y exigencias, de
las que finalmente nunca logró enterarse, porque en ese caso, le hubiesen
comprado el pasaje de vuelta para regresar a su Berazategui natal, con una mano atrás y otra
delante.
Carrasco
por aquellos días pasó de ser Carrasco, o Carrasquito, o también “Pichilo”, a ser
simplemente nadie. Sí, nadie le hablaba, nadie sabía que pensaba y él también
derrochaba el mismo desconocimiento sobre el resto que lo rodeaba. Pero más
tarde pasó a ser otro: el extranjero que no hablaba más que un idioma que sólo él
entendía.
Resulta
que Carrasco había viajado a Ucrania porque lo habían contratado del Metalist Jarcov
de la primera división de fútbol y allí fue donde planificó, una vez cerrado su
pase, lo que iba a ser el final de su carrera como futbolista. Con ese
propósito viajó, teniendo como garantía personal, la obstinación de la que
conocía que era capaz de mantener, hasta en las situaciones más complejas.
Y
qué poco utilizó su voz. El único idioma que pudo poner en práctica desde el
comienzo de su estadía en Ucrania fue el del fútbol, porque el Metalist en
aquella época no era como en estos días, en los que hay muchos extranjeros de
habla hispana jugando, y entonces, uno enseguida se relaciona con los que quiere
o por lo menos con los que puede, para sobrellevar el desarraigo de una forma
menos dolorosa y traumática. Pero por los años ochentas, Carrasco era el único
extranjero en la liga, y ni acaso tuvo la suerte de que le pusieran un traductor
en el vestuario, por ejemplo, por si intentaba lograr una mínima comunicación,
quién dice, si alguna vez pretendía preguntar si el baño estaba o no ocupado
por algún otro compañero.
Así
pasó sus días Carrasco: sólo comunicándose a través del fútbol. Podía pedir una
pelota durante el partido, o predisponer a un compañero a que le arrojara un
pelotazo cruzado, mediante un pique con su mano levantada, o simplemente,
felicitar a otro compañero con un abrazo en pleno festejo de gol. La única
comunicación de Carrasco estuvo siempre dentro de la cancha y afuera de ella,
nada.
Fueron
tres años el total los que vivió en Ucrania. Lo hizo solo en un hotel y no
modificó su trayecto diario desde su hospedaje al lugar de entrenamiento, o en los
días de los partidos, al estadio de turno. Increíblemente para quienes deben
soportar la soledad en la lejanía, Carrasco no logró aprender el idioma, pero a
su vez tuvo un desempeño futbolístico bastante aceptable, y dejó un recuerdo en
la historia del Matalist, que hasta hoy uno puede encontrar en sus anales. Cumplió
con el contrato que había firmado y logró hacer una diferencia económica, que
no lo obligaría a trabajar inmediatamente a su regreso, pero tampoco lo daría
plena solvencia hasta el final de sus días.
Todo
el tiempo que vivió en Ucrania, Carrasco soñó con el día de su vuelta y principalmente
con recuperar al Carrasco que había sido antes de su viaje. Cuando finalmente
llegó el día tan esperado y regresó al país, salió por la puerta 3 del
aeropuerto de Ezeiza, y allí lo esperaba
su madre para darle el beso y el abrazo que había acumulado durante los treinta
y seis meses que hacía que no lo veía. Cuando lo vio, su madre le dijo: “Pichilo,
cuánto se te ha extrañado desde que te fuiste”. Y Carrasco como quién se
refleja en un espejo infame, se vio y sintió tan extranjero y ajeno como lo
estaba en Ucrania, o aun más. Perturbado y triste se alejó, de apoco, paso a
paso, y dejó a su madre abrazada a sí misma, entre medio de la gente sonriente,
sola, lejana e inmóvil.
Dicen
que Carrasco no volvió a ver nunca más a su madre y que se volvió a Ucrania en
el vuelo siguiente en el que encontró un asiento disponible. También se dijo,
que allí continuó jugando un par de años más y que posteriormente a su retiro, se
dedicó a la pintura surrealista, además de no haber formado nunca la familia que
su madre deseaba.
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