Jugadas perfectas
martes, 21 de febrero de 2012
Cuando leo busco párrafos perfectos. Frases que me dejen encantado, embrujado, con la sensación de que es imposible agregarles si quiera alguna palabra, alguna coma. Necesito sentirme ajeno e incapaz de emular ese trabajo que ya hizo otro, pero siempre consciente de que tuvo que elegir las palabras que correspondían. Necesito darme cuenta de que sólo fueron algunas y no otras las que utilizó. Y me siento satisfecho cuando finalmente digo: es esto y no más. No hay que cambiar ninguna de ellas, las que calzan como si fueran piezas de Lego, que encastran en lugares que parecen fueran dispuestos con antelación y premeditación.
Notables escritores logran este cometido con mayor asiduidad que otros más mediocres, aunque alguna vez, estos últimos, obtienen el trofeo de alguna humilde conquista. Y por más pequeña que sea, nadie les quita el sabor del logro alcanzado. Por eso creo que uno escribe: para alcanzar esa pequeña alegría. Buscar la emoción que produce escribir un párrafo perfecto, o sin ser tan pretencioso, una frase impecable, redonda. Es esa búsqueda la que lleva al escritor al desvelo. Prueba y error, que asesinen a la inspiración, que de poder encontrarlo a uno es mejor que lo haga trabajando. Aquella frase que llega y una vez que aparece en la mente, entre tantas otras que se van descartando y que no cabrían en el lugar que corresponde. Aquella frase que por momentos durante su búsqueda y su ausencia, hace que se pierdan las esperanzas, pero que por ahí súbitamente llega y aflora como si nada, y se ubica con su presencia despreocupada para que sea utilizada naturalmente.
Publicado por Gastón Pereyra a las 8:33 0 comentarios
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