En Mayo de este año se publicaron una serie de fotos en las que se observa a Samuel Beckett paseando en unas vacaciones en Tánger, Marruecos. Las imágenes fueron tomadas por el escritor, artista y fotógrafo François-Marie Banier, y lo que más sorprendió al mundo conocedor de Beckett, fue la vestimenta que portaba en esas caminatas veraniegas: camisa arremangada marrón o remera azul, según la ocasión, bermudas cortas, bolso cruzado celeste, estilo bandolera y sandalias marrones. Este aspecto colorido y relajado mostró una cara oculta del creador de Esperando a Godot, al que no le gustaba dar entrevistas y daba escazas ocasiones para conocer situaciones de su vida privada.
Una foto de la serie publicada me llamó la atención: una en blanco y negro, en la que se ve a Beckett caminar por una extensa playa y en la que de fondo aparece a un niño en traje de baño, jugando solo con una pelota. Beckett en su andar no percibe al niño. No lo mira. El chico mientras tanto, permanece con su mirada puesta en la pelota, concentrado tanto o más que Beckett.
La foto fue sacada en agosto de 1978, cuando hacía apenas un poco más de un mes que había finalizado el Mundial realizado en Argentina. Aquel chico, seguro contagiado por la fiebre mundialista, recorre la playa llevando en su cuerpo la alegría del fútbol. Beckett en cambio, parece apesadumbrado y lleva a cuestas la otra cara del mismo mundial. Lleva el dolor, la angustia, el fracaso y el silencio.
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