¿Sabe lo que significa ser un pobre diablo, laburar como un logi y que apenas te alcance el sueldo para comer? El que no lo sabe, seguro es mi cuñado, que nació en cuna de oro. Todo le cayó del cielo: la casa del parque, el auto con apenas diez mil kilómetros y la empresa. Señora empresa que funciona sola. ¡Hay que tener suerte en la vida! y mi cuñado cayó parado como los gatos. Y a mí, ¡y a mí! ¿Quién me va a decir algo a mí? ¿Con qué autoridad me pueden cuestionar la vida? Si todo el mundo hace lo que puede. Yo hago lo mío. Qué lo de Santiaguito fue planeado no lo puedo negar. Lo buscamos, ¡pero con amor señor! no se vaya a confundir. Y sí, ya sabíamos que iba a ser futbolista. Pero nunca lo obligamos. Jamás lo forzamos. Le dimos la pelota a los poquitos meses de nacido pero el muchachito no la rechazó. Y así empezó. Buena alimentación y pelota. Nada de libros, ni de música, nada de cine y poquito de tele, sólo fútbol. La Chechu me dijo un día: O este sale bueno para el fútbol o nos queda tarambana. Y claro que salió bueno para la pelota, señor. Pero nunca abandonó su entrenamiento. Y le aclaro que jamás acepté que me lo entrenara otro de afuera. Su papito se le bancó sólo. ¿Y qué me dice ahora? He formado un profesional de primera. Mírelo usted, ya que lo tiene a la vista. Mire qué pose de número diez tiene ahí parado junto al malvón, apoyando la suela de su zurda en la número cinco. Sé que todavía es chico y que en cinco años cuando cumpla quince va a estar debutando en primera, pero la ansiedad es un problema que me cuesta manejar. ¿Sabe lo que es pasar diez años, entrenándolo día tras día, esperando que se haga grande y futbolista, soportando que el tiempo pase tan lentamente? Me he dedicado a contar las horas y a verlo progresar de a poquito. Dicen que la diferencia se nota más si se pasa un tiempo sin verlo. Pero a mí me cuesta percibirla porque lo tengo conmigo las veinticuatro horas del día. Pero a veces le confieso, que cierro los ojos treinta segundos, y cuando los vuelvo a abrir, ahí lo veo como si no lo conociera. Me acerco despacio y le pregunto: Oiga pibe, usted no será por casualidad Ricardo Bochini, o a ver, déjeme mirarlo bien. No, no. Usted debe ser El Enzo. No, discúlpeme. Usted no es otro que Mouriño. El pibe no me dice nada. Apenas me tartamudea algunas palabras pero si él se viera me entendería. Tiene más facha que George Best y que el Bambino Veira juntos. Se imagina lo que va a ser en unos años: excelente jugador y con facha. Me lo van a secuestrar las minas. Le falta por ahí un poco con la labia, pero es normal porque no le he permitido tener amigos todavía y le ha andado esquivo al diálogo. Es por el tema de la envidia, usted me entiende. Y ya que está acá ahora, por qué no me lo charla un ratito a ver qué le parece. Para saber si le falta mucho o para darnos cuenta si por ahí con un par de días lo acomodamos. Yo en ese tema, le digo la verdad, estoy en deuda y usted por ahí me puede ayudar ya que es tan leído. Con suerte, quién le dice, me lo nutre un poco con el tema de las palabras. Espere que se lo llamo: (chifla con los dos dedos más largos de ambas manos en su boca y grita): Santi, ¡Santi! (Santi no escucha. Juega con su pelota entre sus piernas) ¡Pibe! ¡Sordo! (el pibe mira a su padre) Vení que te quieren conocer (el pibe se acerca llevando la pelota con sus piernas) Eduardo, le presento a mi hijo, el futbolista.
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