Esta es la alegre y triste historia del joven Samuel. Un niño que era feliz y jugaba muy bien al fútbol. Un día, un empresario vio las condiciones que Samuel tenía y les ofreció un contrato a sus padres para que el chico realizara malabares con una pelota en un circo importante de la ciudad. Sus padres aceptaron y Samuel comenzó a trabajar junto con su pelota en aquel majestuoso circo. Su sketch era muy aplaudido por el público porque las pruebas que realizaba eran verdaderamente asombrosas. Samuel pasó tres años trabajando como malabarista futbolístico e hizo muchos amigos allí, como por ejemplo dos payasos (José y Miguel), un equilibrista (Nida) tres leones (Óscar, Lépe y Kai), dos Focas (Lange y Have) y un caballo (Crima). Con todos logró conformar una amistad muy valiosa, menos con el dueño del circo (Sr. Julio), que no permitía estrechar relaciones por pura desconfianza.
Todo fue feliz para Samuel, hasta que un día mientras entrenaba, se le cayó la pelota en la jaula de uno de los leones y sin tomar ninguna clase de precaución, entró a buscarla y el león llamado Lépe se lo comió. Primero le devoró los bracitos, que tenían agarrada la pelota con la que hacía sus pruebas. Después pasó a sus piernitas que eran las más carnosas de todo su cuerpo, y más tarde, espurló huesito por huesito, hasta dejar sólo la pelota sin siquiera una mínima manchita de sangre, ya que la había lamido con su enorme lengua, semejante a una víbora amazónica.
Ese fue el final de Samuel, que quedó en el recuerdo de toda la gente de la ciudad como el gran malabarista circense. El circo continuó brindado funciones, después de tomadas algunas medidas: mataron a Lépe por haberse comido a un compañero y contrataron a otro chico para reemplazar a Samuel, que no era tan, tan bueno como él, pero que igualmente hacía aplaudir a la mayoría del público.
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El circo siguió funcionando hasta que un día llegó una inspección a causa de una denuncia anónima que se había realizado por parte de uno de los integrantes del circo. En un primer momento, Sr. Julio dueño del circo, sospechó de todos, pero asesorado por un infalible letrado, fue descartando uno por uno hasta poner sus ojos en un solo sospechoso. Primero, desechó la posibilidad de las dos focas porque estaban viejas y ciegas, después excluyó a los dos leones que no se habían comido a Samuel, porque los consideraba demasiado cobardes para andar haciendo denuncias a la policía; más tarde también lo hizo con Crima el caballo, por parecerle tan bruto como un burro, y por último con los dos payasos porque nunca les había importado nada. En conclusión, Nida el equilibrista, para Sr. Julio, había sido el que había ventilado el desafortunado hecho. Pero antes de que Sr. Julio tomara alguna determinación al respecto, la policía investigadora hizo las pericias pertinentes y llegó a la conclusión de que el león Lépe, producto de la desidia de Sr. Julio, llevaba hambriento más de una semana. De esta manera, la justicia declaró responsable pleno del hecho de antropofagia, al mismísimo Sr. Julio.
Para su infortunio, Sr. Julio tuvo que pasar los siguientes quince años en una cárcel común y dos días antes de obtener su libertad, murió de un paro cardiorespiratorio, producto de la ansiedad que le producía saber, que después de tanto tiempo de espera, volvería a ver a los niños de la ciudad felices por tener nuevamente un circo como ellos merecían.
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