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Riquelme, yo y la pesadilla

martes, 30 de noviembre de 2010

Anoche tuve una pesadilla. Soñé que Riquelme me perseguía con su cara de nada. Corría por estrechas calles oscuras, llenas de pasajes y cada vez que me daba vuelta lo veía venir. Yo estaba de sobretodo marrón, paraguas y un maletín negro de doble hebilla. El asfalto estaba mojado como si hubiera llovido durante toda la noche, pero en ese momento nada de agua caía. Sólo una bruma pesada entorpecía mi visión, pero que aunque densa, dejaba ver la figura de Riquelme cada vez más cerca. Después de varias cuadras, doblé en una esquina que parecía me iba a permitir escapar definitivamente, pero mi intuición me traicionó una vez más. Había entrado en un callejón de cincuenta metros sin una salida visible. La única posibilidad que me quedaba era volver sobre mis pasos, pero no era una buena idea, ya que me encontraría con Riquelme, y eso era lo que precisamente intentaba evitar. En ese momento me pregunté: ¿Por qué me persigue? ¿Por qué le temo a Riquelme?, ¿Por qué Riquelme y no Erviti? ¿Si solamente me quiere decir algo, o preguntarme una cuestión insignificante como por ejemplo la ubicación de una calle?


Ahora no lo recuerdo, pero en el sueño era tal el miedo que me producía, que sólo me hacía escapar, huir, alejarme de su persona. Lo que sí recuerdo es que estaba a metros de una pared, de espaldas a lo que seguro sería la siguiente situación: Riquelme parado y observándome, esperando a que me pusiera frente a él y lo mirara con cara aterrada. Y aunque no quisiera, le tendría que dar el gusto, ya que no me quedaba otra que hacerlo, y así lo hice: giré despacio esperando encontrar de a poco su imagen. Recordando momento por momento para guardar en mi memoria, aunque fuera puro sufrimiento, todo lo que me sucedería. Así lo empecé a ver. Primero su sombra en el asfalto, sus manos estaban libres, abiertas y tan claras que se divisaban todos sus dedos sobre la capa oscura del pavimento. Sus brazos separados del cuerpo y su cabeza erguida. Sus piernas juntas y firmes como dos estacas y la sombra, que de a poco dejaba lugar a su cuerpo en mi retina. Primero un hombro e inmediatamente un brazo, su mano abierta y los dedos tensados, que colgaban rígidos sin movimientos. Y después fue una pierna con su pie, más tarde el pecho y el otro hombro, y el otro brazo, y así, hasta que me detuve en su cabeza. La luz que venía de la calle ubicada a sus espaldas pronunciaba su contorno más que el interior de su figura. Su lado frontal era pura sombra. Una oscuridad tan negra como el espacio, como el vacío mismo. Su rostro estaba ausente, pero una voz que comenzaba a hablar le dio vida a aquello que se paraba delante mió y que me buscaba para algo. Habló lento, pausado, marcando cada una de las sílabas como si fueran las últimas que expresaría. Me preguntó:

-¿Sabés por qué te persigo?

Me sorprendí y todas las dudas se apoderaron de mí, porque no sabía si me preguntaba sabiendo la respuesta o lo hacía porque él tampoco la conocía.

- No lo sé, le dije, con un hilo de voz, que con gran esfuerzo pude sacar de mi boca.

- Yo tampoco, me dijo, pensé que vos me lo dirías, agregó con un dejo de tristeza, similar a la cara que pone cuando está felí y hace goles, y como si se hubiera dado cuenta de que yo no podría desasnarlo.


En ese mismo momento me di cuenta de algo: ambos estábamos soñando y nos encontrábamos en el mismo sueño. Riquelme soñaba que perseguía a alguien sin saber el por qué. Yo era perseguido por Riquelme sin conocer tampoco el motivo. Y allí estábamos los dos: en un callejón oscuro de un barrio que nos resultaba irreconocible, pero que nos daba el marco para la situación tan extraña que estábamos “viviendo”.

Nada más nos dijimos. Continuamos mirándonos unos segundos más, aunque yo sólo veía su figura sin detalles, hasta que él se dio vuelta y se retiró caminando cabizbajo, como cuando se va de la cancha rumbo a los vestuarios en el entretiempo de una derrota, pero esta vez lo hizo por la misma calle que lo había depositado junto a mí. Al rato, salí del callejón y me perdí entre la bruma que cada vez era más intensa. Riquelme ya no estaba a la vista, y seguro caminaba por otra calle esperando despertarse de un momento para otro. Yo caminé hasta una esquina y me detuve a mirar el maletín que había olvidado que traía entre mis manos. ¿No estaría Riquelme buscando algo que yo llevaba en él? Tal vez tenía el último contrato que había firmado con Boca y quería revisar alguna cláusula que lo intranquilizaba. Tal vez ese era el motivo y no me había percatado. Por un instante creí que era el momento de averiguarlo, pero pensándolo bien, lo desestimé porque ya no valía la pena. Riquelme estaría lejos, quién sabe por donde, y en caso de encontrar alguna respuesta no podría hacérsela llegar. Así que continué caminando hasta que desperté.


Hoy pienso que debería haber abierto aquel maletín. Tal vez hubiera encontrado la respuesta de aquel misterioso sueño, y podría habérsela llevado a Riquelme para que supiera por qué fuimos puestos en la misma situación onírica. Pero ya es tarde para lamentos. La incógnita va a quedar para siempre sin resolverse, o tal vez, hasta que lo vuelva a encontrar en otro sueño, el mismo u otro diferente, en el que pueda a darme cuenta a tiempo, que entre mis manos llevo aquel maletín negro de doble hebilla, que me hace creer que existen respuestas, y que al mejor estilo de la carta robada de Poe siempre están a la vista, aunque creamos lo contrario. O por ahí, vuelva a reaccionar de la misma manera, tratando de evitar aquellas explicaciones que son necesarias no develar, para continuar en esa búsqueda interminable de mantener tensiones generadoras de nuevas ideas.

Publicado por Gastón Pereyra a las 16:20    

Etiquetas: Escritos

1 comentarios:

Juan Carlos Rodríguez dijo...

Muy bello. Igual te digo que me encanta Riquelme. Por mil motivos. De otro planeta. Abrazo.

21 de enero de 2011, 20:59  

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