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Indulgencia futbolera

lunes, 29 de marzo de 2010

Jesús tenía nueve años y una noche como cualquier otra, en la que miraba un partido de fútbol por televisión, observó una situación que lo marcó en una etapa futura de su vida.

A Jesús le gustaba mucho mirar fútbol, principalmente el televisivo. En realidad, nunca lo habían llevado a ver un partido de primera división en persona, así que era de la única manera en que podía disfrutarlos.
Jesús Damián Gorosito, era su nombre completo y sus compañeritos de grado le decían Pipo, obviamente en referencia a que su apellido, era igual al de uno de los últimos craks que había dado el fútbol riverplaense. Pero a diferencia del Pipo original, Jesús jugaba de lateral izquierdo en la novena división del club Barracas, en el pueblo La Cortadita. Jesús amaba al fútbol y deseaba como tantos otros chicos, convertirse de grande en un jugador profesional.
Esa noche, la del comienzo de todo, mientras miraba el partido por televisión, observó una situación que lo dejó perplejo, atónito, patitieso. Resulta que un delantero de uno de los dos quipos que se enfrentaban, hizo un gol. Ésto, se me dirá, no le puede marcar la vida, ni al más de los influenciables apasionados de los goles marcados en los partidos nocturnos televisados. Lo sé. Pero el punto de quiebre en la vida futbolística de Jesús Damián Gorosito, fue lo que hizo aquel delantero inmediatamente después de haber convertido ese gol. El jugador, salió corriendo hacia un costado como para festejarlo, igual que hacen todos los que tienen la posibilidad de meter un gol, y en vez de levantar sus brazos o besarse la camiseta, o en todo caso, en un desborde de verborragia arrojase al piso para que sus compañeros le hicieran la famosa montonera, decidió sorprender con otra acción. Comenzó una tibia, displicente y concentrada carrera hacia atrás de uno de los arcos y se detuvo. Dio un medio giro lento para ponerse de frente a la hinchada contraria y levantó con un poco de vergüenza ambas manos. Las juntó delante de su boca como quien reza una plegaria; después las apoyó sobre sus labios y con el mismo gesto del rezo, las sacudió suavemente en alto un par de veces hacia la tribuna que lo insultaba pidiendo perdón. Sí, pidiendo perdón. Buscando indulgencia, disculpándose por lo que había hecho: el gol.

Jesús sin entender lo sucedido, y sin tener a su padre o su tío presentes para que le den las explicaciones del caso, levantó el volumen del televisor para ver si el relator o el comentarista de la trasmisión comentaban lo que estaba viendo. Y Jesús tuvo suerte. La explicación llegó de manera muy natural, como si estuvieran todavía comentando la jugada previa a la conversión del gol.
El comentarista dijo lo siguiente: “…y demostrando el cariño por su paso años atrás por el club que le toca enfrentar esta noche, el goleador le pide perdón a la hinchada visitante con un gesto conmovedor…”
Jesús quedó conmovido por aquella escena, pero inmediatamente se sintió aliviado al pensar en su futuro, porque como él jugaba de lateral y casi nunca (nunca) tenía la posibilidad de convertir un gol, no debería lidiar con esas cuestiones en caso de que tuviera que enfrentar a un ex equipo cuando fuera jugador profesional.
Pasó el tiempo. Varios años. Muchos años. Jesús se transformó en jugador profesional. Después de muchos esfuerzos y de muchos renunciamientos en su vida personal, logró asentarse como titular en algunos clubes (tres) de primera división de la capital.
Pasaron otros tantos años, no demasiados, pero tampoco un número escaso. Cuando Jesús ya estaba entrado en años y era un veterano del fútbol de primera división, en una noche de nostalgias y recuerdos, imposibilitado de practicar el olvido, tuvo una especie de epifanía en su habitación. Se le materializó frente a sus ojos aquella escena de la noche del partido de fútbol mirado por televisión: el gol observado y la ausencia del festejo, el pedido de perdón y su propia reacción.
Parecía ser que hasta ese momento, Jesús había olvidado por completo aquella noche, pero evidentemente la llevaba muy internamente guardada, porque había florecido cuando menos lo esperaba: en el final de su carrera.
Pensó, hizo cuentas, buscó en las estadísticas y confirmó que todavía no llevaba ningún gol marcado como profesional y se volvió a sentir aliviado. Pero sus pensamientos continuaron desbocados y llegó a la siguiente reflexión:
Si un futbolista le pide perdón a la hinchada de su ex club porque le convirtió un gol, es porque el gol resulta ser una acción del juego que no beneficia al equipo contrario, sino que más bien lo perjudica. Se preguntó entonces, ya que él no hacia goles a los equipos contrarios, si realizaba alguna acción del juego que perjudicara a sus ex equipos en los partidos. La respuesta fue positiva.
Jesús, realizaba laterales en buena forma. Lo que significa que con las manos le entregaba el balón a sus compañeros para comenzar una jugada que podía o no terminar en un gol, o por lo menos en una situación peligrosa. También daba pases a sus compañeros, que eran como peligros de gol en ciernes. Alguna que otra vez, realizaba un saque de meta, poniendo el balón en las alturas para que algún compañero saltara en busca de ella, para quedársela y comenzar un nuevo ataque. En cuanto a la faz defensiva, quitaba y recuperaba pelotas que truncaban cualquier intento ofensivo de los contrarios. Cuando el técnico lo pedía, daba esa famoso paso hacia adelante para dejar a los delanteros en fuera de juego. Y a veces también, propinaba algún que otro golpe camuflado al wing de turno que lo pasaba sin muchos contratiempos y pretendía complicarle la tarde.
Todo esto pensó Jesús. Ahora, en una etapa tardía de su carrera, se sentía más importante que antes. Porque no sólo el gol era para él lo único productivo del fútbol, sino que había otras acciones y otras formas de perjudicar al contrario, y él realizaba algunas de ellas. No todo fue feliz en aquellas reflexiones realizadas por Jesús, porque lo que dedujo como corolario, lo acompañó un complicado dilema.
Jesús, se sintió culpable de haber perdido todo aquel tiempo en el que no había pedido perdón, ya que había realizado durante todo su carrera, enésimas acciones del juego que perjudicaron a sus ex equipos. Le resultó extraño, pensó, no escuchar de las hinchadas contrarias el silbido o la reprobación en aquellas ocasiones anteriores. Tal vez lo hicieron, volvió a pensar, pero entre el bullicio de toda la gente y la concentración que generalmente logra en los partidos, simplemente no los escuchó. Igual, sabía que lo pasado ya estaba pisado y desde la próxima fecha, aunque fuera en el final de su carrera, todo podía comenzar a cambiar.
Al domingo siguiente de sus reflexiones, Jesús tuvo que enfrentar a un equipo en el que había jugado años anteriores. Supo sin lugar a dudas, que si hacía un gol, tarea casi imposible, le pediría perdón a la hinchada contraria, como hizo aquel delantero cuando él era todavía muy pequeño. Y supo también, que podría poner en práctica todo lo demás que ya había cavilado.
El partido comenzó de manera normal. El equipo de Jesús, presionó en campo contrario en busca de la apertura del marcador. En los primeros veinte minutos, Jesús no tocó el balón, ni aunque sea en un lateral intrascendente. Pero a los veintidós del primer tiempo, se produjo un saque de meta a favor de su equipo. El arquero le gritó: “¡Pipo, Pipo. Hacélo vos que me duele un poco la rodilla!”. Pipo fue. Tomó el balón con sus manos. Lo acomodó, apenas detrás de la línea de cal que delimitaba el área chica. Tomó carrera. Llenó sus pulmones de aire para tener más fuerza y lograr que el esférico llegara más lejos con su patada. Corrió rumbo a su objetivo, y le pegó con alma y vida. Cuando terminó el movimiento de saque, quedó inmóvil esperando ver quién se adueñaba del balón. Esperando ver si su acción perjudicaba o no al equipo rival.
Quién bajó el balón con el pecho y después la durmió contra el piso, con gran calidad, fue David Guisolli, el mediocampista central de su equipo. Y mientras el partido continuaba, Jesús corrió hacia atrás de su arco, porque allí estaba la tribuna visitante, y con el gesto típico del rezo, les pidió perdón. Como todos seguían con sus miradas al balón y principalmente a la jugada de peligro que se estaba gestando, casi nadie observó el gesto de Jesús, que rápidamente después de hacerlo, volvió a tomar posición en el campo de juego. Sólo algunos pocos lo vieron pero se rascaron la cabeza como diciendo que no habían visto bien lo que había sucedido con el lateral contrario, y continuaron como si nada extraño hubiera ocurrido.
El partido continuó. Pasaron varios minutos hasta que nuevamente Jesús tuvo participación en el juego. Robó un balón de manera magistral. En realidad le tiraron un caño y de la torpeza, se cayó sentado con tanta fortuna que lo hizo sobre la misma pelota. Rápidamente se puso de pie y le entregó el esférico a un compañero para que continúe la jugada. Jesús después de esta acción, al comprobar que la jugada continuaba lejos de su propio arco, corrió hasta las cercanías de la hinchada contraria y les volvió a pedir perdón. En esta ocasión, varios simpatizantes lo vieron y pensaron que Jesús les tomaba el pelo y los gozaba por su quite fortuito. En aquella oportunidad bajaron insultos y silbidos hacia el lateral, pero todo quedó en la anécdota de color.
El gran problema surgió a los treinta y cinco minutos del primer tiempo. Cuando Jesús intentó realizar el pedido de perdón por quinta vez. El motivo no importa ya. Tal vez fue un lateral correcto o tan sólo un pase intrascendente. La cuestión fue que de la hinchada visitante se lograron colar al campo de juego rompiendo el alambrado, varios de los hinchas más violentos y armaron una batahola generalizada. Lamentablemente todo terminó en una batalla campal entre los jugadores de ambos equipos, los cuerpos técnicos, las dos hinchadas y hasta participaron los alcanzapelotas. El partido fue suspendido a los treinta y cinco mitos del primer tiempo con el resultado parcial de cero a cero.
Ya en el vestuario, el técnico más sereno, pero con la ropa desarreglada y despeinado por la escaramuza vivida, se acercó a Jesús que se encontraba sentado en un rincón con la cabeza entre sus rodillas, y le preguntó porqué había provocado a la hinchada contraria. Jesús con lágrimas en sus ojos, morados seguramente por haber cabeceado alguna que otra mano le respondió, que no los había increpado, que simplemente les había pedido perdón, y le explicó todo lo que había reflexionado en soledad. El técnico le contestó que el perdón que había pedido lo tomaba como si fuera para él, y que a este último encuentro disputado, le dijo, lo pensara como despedida de una carrera como futbolista, que hasta la fecha había sido intachable, pero que lamentablemente había cuestiones que él, no podía y no debía dejar pasar.


Publicado por Gastón Pereyra a las 11:49    

Etiquetas: Escritos

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