En la mesa de mi cocina descansa el ejemplar de marzo de El Gráfico que todavía no leí. El color de su tapa hace que mis deseos lo elijan para leer primero y olvide el matutino en blanco y negro junto al que se encuentra. En la portada está Javier Mascherano trasladando el balón, vistiendo la camiseta de la selección Argentina. La foto me interesa, me impacta. El cuerpo de Javier despliega una elegancia característica de los exquisitos números diez, que se florean en el campo de juego y andan como si flotaran, o mejor dicho, como si levitaran sobre el césped. La imagen me interesa, pero algo en ella me extraña, me desorienta: es el gesto de la cara.
En un primer momento pienso que la imagen está trucada. El rostro evidencia la mueca de alguien que se está arrojando al piso a trabar, que está arriesgando sus piernas en una dura cruzada, en un encontronazo de volantes centrales. Es una cara independiente de aquél cuerpo, no tienen relación alguna, sólo se encuentran y entran en contacto en la imagen trucada, modificada. Entonces sentencio: cuerpo y cabeza pertenecen a dos personas diferentes.
Tal vez me han carcomido la cabeza los noticiosos con eso de que en las revistas utilizan un programa que te deja de quince cuando tenés sesenta. Recuerdo aquella vez cuando un semanario mostró varias fotos de Susana Giménez en la pileta de su casa reposando al sol, y en una especie de descuido, publicaron una en la que se habían olvidado de colocarle el ombligo. La historia resulta risueña, pero hace que desde entonces dude de cualquier foto que vea en una publicación.
Me hundo en una especie de meditación y vuelvo a mirar el cuerpo de Mascherano. Pienso que por más que uno no tenga movimientos tan elegantes al jugar al fútbol, si por ejemplo alguien detuviera el tiempo, lo pausara, fortuitamente la imagen que de ahí resultara podría dar como consecuencia la tapa de esta revista. Pero las cosas no se dan sólo por fortuna. Atribuyo el descubrimiento de esa imagen a la virtud de aquel fotógrafo por haber retratado e inmortalizado ese hermoso instante. Si hasta puedo observar el detalle de la mano izquierda metida hacia adentro como los mejores cracks del mundo, pero cuando subo la mirada y observo el rostro, comprendo que éste no va en la misma sintonía que aquel cuerpo.
En ese estado me quedo un rato largo mirando la imagen, pensando en la relación entre ese cuerpo y esa cara, buscando encontrar algún error del truco. Me quedo igual que cuando era niño, escondido detrás de la pared a las doce de la noche, espiando hacia el arbolito para descubrir quién me dejaba los regalos de navidad. Esperando descubrir el engaño.
En un momento me cuestiono porqué dudo siempre de todo, y me dispongo a salir de aquel estado de incredulidad. Me pregunto porqué no podría ser por entero Mascherano. Así logro expulsar todas mis dudas y emprendo un camino diferente para ver que pensamientos me entrega. La foto de ahora en más no estará alterada para mí, el personaje de la imagen será por entero Mascherano y nadie habrá hecho un trabajo de montaje, ni nada que se le parezca.
Ya en este transitar comprendo la imagen y llego a una resolución, no se si más convincente pero sí un poco más poética (rica): el gesto que Mascherano tiene en la imagen es el que siempre le observo cuando juega al fútbol. No es una expresión de sufrimiento producto del esfuerzo de un choque, sino simplemente su semblante futbolístico. Y por más que un hábil fotógrafo lo inmovilice en una bella y estética estampa corporal, su gesto facial adusto, se mantiene tenaz por siempre.
Me permito comprobar algo y continúo la jugada de la foto, necesito terminar un pensamiento y así lo hago. Mascherano le tira un caño al lateral derecho que lo sale a marcar y se lo hace con el mismo gesto, con los dientes apretados, sin relajar sus mandíbulas. Ya comprobado esto, me relajo y me dispongo a disfrutar de la revista por completo. Dejo atrás aquella tapa y mientras realizo el movimiento de dar vuelta la portada y dar paso a la retiración de tapa, me digo interiormente y con una sonrisa, algo que recuerdo de una frase de Simeone: que tal vez, así es como Mascherano vive, siente y juega el fútbol: simplemente con el cuchillo entre los dientes.
2 comentarios:
para mi ese semblante es que se esta cagando encima.....
Ya te dije, me encanta esta nota! muy cartesiana tu meditación...
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