Una vez me dijeron la siguiente frase: Bilardo está loco. Pregunté por qué. Me contaron algunas anécdotas, como la del bidón de Italia 90. Cuentan que preparó unos recipientes con alguna clase de brebaje y en el ingreso de los auxiliares argentinos al campo de juego para realizar atención médica, los rivales brasileños aceptaron refrescarse bebiendo el agua adulterada, sin imaginar que de ahí en más, sus piernas se aflojarían como si hubiesen ingerido un par de vodkas en ayuno.
Otra que me contaron fue la del casamiento de Maradona en 1989, cuando lo hizo bailar a Ruggeri y señora al lado del brasileño Careca y señora también, para así poder ver si daba la talla para marcarlo en los corners, en el caso de que tuvieran que enfrentar a Brasil en el mundial del año siguiente. O la de esa vez que lo esperó a Olarticoechea en la autopista porque este enojado como estaba no lo quería atender. Bilardo detuvo el viaje en que iban de vacaciones el vasco con su familia en medio de una autopista, le pidió que lo siguiera hasta el pueblo, allí le confirmó que lo llevaría al mundial, y con un pedazo de piedra le explicó sobre la pared de una casa como quería que jugara.
Con todas estas y algunas más que por cuestión de espacio he decidido obviar, no tardé en comprender el porqué de la definición que me habían dado, pero reconozco que en ningún momento logré llegar a ser tan taxativo para definir al doctor.
Esta semana, un otorrino que conoció hace varios años a Bilardo, y al que visité por un problema en la garganta, me dijo que el martes, por hoy 16 de marzo, Carlos Salvador cumple setenta y un años. Tantos le pregunté y pitagóricamente (perdón por el neologismo) me respondió: nació en el treinta y nueve; así que sumá. No sé como salió el tema de Bilardo, pero me contó una anécdota que me hizo recordar lo que me habían sentenciado aquella vez sobre la condición de orate del doctor.
Me contó que fue en el Mundial Italia 90, en la definición por penales frente a la ex Yugoslavia. Argentina pasó a semifinales después de que Goycochea atajara dos penales: a Brnovic y a Hadzibegic; pero esto, me aclaró, no se logró producto de la suerte, o de la incapacidad de los ejecutantes, ni tampoco por la mera intuición del vasco. Sino a causa de toda una compleja historia que se esconde detrás.
Me explicó que cuando Bilardo se enteró que debían jugar contra la ex Yugoslavia, unos días previos a aquel partido del 30 de junio por los cuartos de final, comenzó una investigación particular. Lo primero que averiguó, fue quienes iban a ser los posibles ejecutantes de penales, en caso de terminar el encuentro en un empate (resultado que imaginaba), y mandó a seguir con unos espías a dos de ellos. Los nombres: Brnovic y Hadzibegic. Después averiguó cuales eran los lugares en los que solían pasear durante las tardes que tenían libres, y con la ayuda de algún amigo italiano, contrató a una de esas mujeres que te tiran las cartas en las galerías de Florencia, para así preparar minuciosamente su trampa.
Los jugadores fueron tentados para que les tirasen las cartas en un paseo vespertino y la vidente les dio ciertas recomendaciones camufladas como generales, pero que en realidad beneficiaban a la selección Argentina. Directamente no se les pudo decir que al patear penales debían hacerlo de tal o cual manera, porque resultaba ser muy sospechoso. Así que lo indicado por la mujer fue lo siguiente: "si se llega a presentar en sus vidas una situación límite en la que se encuentren ambos, deberán elegir una entre varias opciones para poder superarla. Usted, indicando a Brnovic, deberá sobreponerse buscando siempre por el lado de su corazón, y a usted, miró a Hadzibegic, deberá hacer lo contrario a su compañero. Todo esto fue traducido por otro yugoslavo que jugaba en el Calcio desde hacía ya un par de temporadas
Estos simples consejos los dijo al final del encuentro para obtener un mayor impacto y sirvieron para cumplir con lo planeado por Bilardo. Claro está, que los obtuvieron después de recorrer cuestiones amorosas, familiares y de diversa índole, para disimular el objetivo final de la tirada de cartas.
El Otorrino me preguntó si recordaba lo que sucedió antes de que uno de estos dos yugoslavos realizara sus lanzamientos. Le respondí con extrañeza que no, que había olvidado todo respecto a las vísperas de las ejecuciones. Entonces me lo contó:
El partido estaba empatado 2 a 2 y Argentina venía de errar su penal. Yugoslavia debía patear su cuarto con grandes posibilidades de marcar la diferencia por 3 a 2, pero no se concebía ninguna clase de peligro, ya que todavía no habían ejecutado los dos que Bilardo esperaba y conocía.
Los que sabían del engaño esperaban primero a Brnovic, el del consejo del corazón, pero sorprendentemente, Hadzibegic con el cinco en su espada, tomó el balón y se dispuso a patear, mostrando que no harían caso a las recomendaciones que la vidente les había entregado. Tal vez, lo habían olvidado, tal vez, simplemente no creían en las videntes y en ese mundo de clarividencias paganas. Todo indicaba que tanta estrategia previa había sido en vano y que el regreso a casa estaba cada vez más cercano. Pero en un momento la situación dio un vuelco total. Desde la mitad de la cancha hicieron parar la ejecución y llamaron al árbitro para que cambiara el ejecutante. Ya no sería Hadzibegic sino su compañero Brnovic, dejando al anterior para el tiro final. Quién fue el que realizó la modificaión, nadie hasta hoy lo sabe. Bilardo no creo. Puede ser que fuera el mismo Brnovic, que recordó las últimas palabras de aquella mujer de los pasajes, en las que le aconsejaba que debería ser él el primero en tomar las decisiones y que su compañero debía ir por el lado opuesto al suyo.
No puedo explicar mi reacción al comprobar que lo escuchado se hacía realidad en la sucesión de imágenes del video que me mostraba el otorrino. Todo apareció en el mismo orden que me fue contado: la espera del cuarto penal. Hadzibegic parándose frente a la pelota. Bilardo sin saber qué hacer ante este inesperado pateador. Madero besando un papel dentro de su billetera que según me enteré, contenía el orden y el lugar de las ejecuciones de los yugoslavos. Después la llamada al árbitro. La corrida de éste hacia la mitad de la cancha. El cambio de ejecutantes. La supuesta llegada de alivio para Bilardo por el cambio de situación (no es mostrada en el video) y posteriormente la postura de seguridad y relajo de Goyco.
Así fue como cada uno pateó para un lado distinto como se esperaba, me dijo el otorrino: Brnovic hacia la izquierda, hacia el lado de su corazón y Hadzibegic hacia la derecha, contrario al anterior. Las imágenes lo prueban. Goyco atajó los dos. Verdaderamente no creí esta nueva historia. Resultó ser todo demasiado elaborado. Tranquilamente el otorrino podría haber inventado la historia después de haber visto las imágenes. Pero ¿con qué fin lo haría? Para aumentar el mito, me respondo. Roland Barthes dice que un mito madura porque se extiende, y lo que hizo él otorrino conmigo fue exactamente eso: propagarlo.
Ese día a la noche tarde llegué a casa después del trabajo. Ya había dejado de pensar en los penales y en los yugoslavos, en la vidente de los pasajes de Florencia y en el fútbol en general. Encendí la tele y me dispuse buscar algún programa que me diera el último acercamiento a un largo descanso. Haciendo zapping me detuve en un noticiero. La imagen mostraba en primer plano una foto: la cara era la de Bilardo. En la parte inferior había un graf en el que lo saludaban por su cumpleaños setenta y uno. Enseguida se me vino encima la historia de los penales, pero por suerte no hacían ninguna alusión a Yugoslavia. Solamente se leía: Feliz setenta y uno, Carlos Salvador.
El video que me mostró el otorrino
http://www.youtube.com/watch?v=uX4lCvBdBX4
6 comentarios:
Admirable. Buenísimo el relato!!
que haces negro como vaaaa.......
muy bueno el blog por fin escribis en publico hijo de puta....
saludos....
murguiarte......Dr No.
Si lo que te contó el otorrino es verdad... mas que loco es un genio!
muy buen relato!
Que la genialidad y la obsesión no se confunda con locura.
Dr No:
Gracias por pasar Murguiarte. Me alegra que te guste a vos que sos menos futbolero que Graciela Fernández Meijide.
Creo que ser loco no invalida que pueda ser un genio. A veces me parece que ambas cualidades van de la mano. Igualmente el narrador no es el que lo define a Bilardo, sino quienes le cuentan sus historias.
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